En la biblia hay verdades, como no, algo marginales, algo ocultas, pero ahí están. Lo que no se puede hacer es la lectura oficial, porque dios castigó la soberbia del ser humano que, construyendo la torre de babel, quiso tocar el cielo, conocer al señor, darle, y esto no se le pasó por la cabeza a Yahveh, un abrazo a su creador.
Una empresa de toda la humanidad, la concretización del amor colectivo en una obra para llegar a la prometida morada de su padre. A esto llama la biblia soberbia. Esta es la única vez que dios sintió miedo, no ante las huestes infernales, sino a que se le revolucionaran los obreros.
“Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y se dijo: Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos.” Genesis, 11 5-7
El gran castigo fue la división de las lenguas, la condena de la ignorancia. Desconocedores de sus hermanos, incapaces de entenderse, los humanos se disgregaron hasta que la distancia se transformó en olvido.
Me desagradan los chovinismos, el patrioterismo barato de las banderitas porque si, la mentalidad insular que esquiva todo lo exterior, el afán de traducirle hasta los apellidos a la gente. En cambio me invade una especie de ternura paternal cuando veo a un extranjero intentando hablar español como buenamente puede, me sonrío y quiero azuzarle como si le hiciera andar en bicicleta por primera vez, supongo que por la sospecha de que me veré yo también en esa situación algún día.
La otra cara de esa moneda es la desilusión que me crece cuando alguien abandona su lengua y sus expresiones por otra que no conoce con la misma soltura, que ni le pertenece ni a la cual se ha hecho pertenecer.
Los pueblos habitan en su lengua. Yo camino entre mis papilas, dando bandazos cada vez que se me antoja una palabra u otra y comienza la catástrofe del habla. Es en esta danse macabre, no… en esta totentanz, tampoco… en este bamboleo perenne, mortífero pero no mortal, donde me busco y a veces hasta me encuentro.
El ritmo de cada paso va implícito en su idioma, la maestría con que Akira Kurosawa enmarca el silencio en sus películas pierde algo de efectividad sin el parco y amaderado sonido del japonés, no quiero escuchar a Roberto Benigni gritando buenos días princesa.
Hopefully the leaves won’t touch your boddy when they fall
So you can’t turn them to crystal
Intolerable.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo
Ojalá que la luna pueda salir sin ti
Mucho mejor.
En la película Nostalghia, un poeta ruso viaja por Italia con su traductora, en el vestíbulo de un hotel ocurre este dialogo:
- ¿Qué estás leyendo?
- Los poemas de Arseni Tarkovski
- ¿En ruso?
- No, es una traducción, una bastante buena
- Tírala
- ¿Por qué? El traductor es un buen poeta.
- La poesía es imposible de traducir, como todo el arte
- Te concedo la poesía, pero ¿Y la música? ¿Cómo podríamos conocer a Tolstoy, Pushkin y entender a Rusia?
- Ninguno de ustedes entiende a Rusia
- Entonces ustedes tampoco entienden Italia, si Dante, Petrarca y Maquiavelo no ayudan…
- No, es imposible para nosotros, pobres diablos
- ¿Entonces cómo podemos llegar a conocernos?
Esta imposibilidad me acecha, la creo cierta, estamos condenados a una ignorancia profunda de todo cuanto no es nuestro. Lo creo con vehemencia, cómo podría explicarle a un madrileño, un londinense o un mongol qué es una tonada, cómo suena una bandola, qué crepita en la flama junto al repiquetear de un tambor.
Luego Tarkovsky el director, no el poeta (que era su padre), dice a través de los personajes que la única manera es aboliendo las fronteras de los estados nacionales, estoy de acuerdo hasta cierto punto, pero creo que no es suficiente. En realidad solo es posible comprender lo que es nuestro, solo es nuestro de lo que nos apropiamos genuinamente. Quizás la tonada pueda comprenderla una campesino de cualquier lugar, un laúd palestino es una bandola con ritmo de arena, quizás un canto de lavandera sea lo mismo en un río venezolano que en uno escoces, pero en lugar de pensar en la frontera que separa, hay que pensar en la tristeza, el esfuerzo, la soledad que a pesar de todo nos une.
No estoy exento, naturalmente, de recaer en el inglés como una muletilla, una buena parte de la producción cultural que consumo es de habla inglesa. La propia internet es abrumadoramente anglo parlante, tiene sentido, es la manera más sencilla de que nos entendamos un sueco, un argelino, un brasilero y yo.
Así cuando algo me sienta mal en esa especifica combinación de incomodidad y repulsión, más de una vez lo he declarado creepy, aunque la españolísima (no la conocí hasta llegar a Madrid) expresión “me da yuyu” es infinitamente más divertida.
Me muerdo la lengua de vez en cuando porque busco y rebusco una palabra en español para algo que quiero decir y mi cerebro se da golpes contra el inglés como una mosca contra la ventana, adivinando el pescado frito al otro lado, pero incapaz de tocarlo. Es algo que me desespera y entristece, porque uso el español con cierto placer sensual, me gusta enunciarlo, saltarme sus normas, hacerle una reverencia, reírme de él.
Al inglés lo uso, lo respeto, le tengo hasta cierto cariño, hay palabras para las que no tenemos equivalente que atesoro, pero por cariño no quiero abusar de su confianza, por respeto, por la temible certeza de que no importa cuántas veces lea a Whitman en sus palabras hay una belleza que me esquiva, a la que soy involuntariamente insensible.
Por esto trato de no usar el inglés en vano, y al español quiero usarlo y dejarme usar, extenuantemente, amorosamente.
La verdad es que te entiendo perfectamente in english, pero me gusta más que me digan hola a hello, ¿Cómo estás? a What’s up?, dado el caso me gusta ¿que pasa? o ¿qué más? como decimos en Venezuela. Si alguna vez, por error o por delirio, sientes el impulso de hacerlo, encarecidamente te pido que me digas te quiero mucho más que i love you.
Y no, no es mezquindad, porque sé que si you love me es porque me quieres. Hermana, hermano, amigo, amiga, amante, i love you too; lo que pasa es que i not only love you, i puedo quererte y puedo amarte, I tengo más palabras para mi amor que love.
En love, todo es el contexto:
I love you man! Te quiero, amigo
I love you honey Te quiero, cariño
I love chocolate Amo el chocolate
I’m loving it ™ Me encanta (eslogan de mcdonald’s durante varios años)
Yo disfruto más en español, porque en mis palabras para el amor habita un triple misterio, a veces digo te quiero y quiero decir te amo, a veces escuchan te amo cuando digo te quiero, a veces digo y escuchan te quiero pero los dos sabemos que digo te amo.
Así que háblame con la lengua que sientas tuya, y sobre todo has tuya tu propia lengua, tú músculo, tu saliva, tu aire. Solo en ellos podremos encontrarnos verdaderamente.