El lienzo:
En cualquier rincón, sobre cualquier acera, abandonada, tirada al suelo como un desecho, está la realidad. Arrugada, manchada de aceite, chocolate o lápiz labial; junto a ella hay cigarros, hojas muertas y pequeños panfletos que exhiben en la carne de alguna mujer anónima la promesa de olvidar la miseria propia vertiéndola sobre sus senos, jóvenes o viejos, siempre turgentes y siempre marchitos.
La realidad está arrugada sobre el suelo y si intentas atraparla una ráfaga de viento se la lleva un poco más lejos. A veces te parece percibir algo, unas letras o una imagen que toman forma brevemente en el tambaleo errático del burruño… ¡Si solo pudieras tomarla! desenredarla o alisarla, deshacer sus infinitos pliegues y asirla por un instante entre tus dedos; adivinar lo que dice, lo que propone o quizás lo que vende, acaso la miseria de una mujer anónima.
Un día tienes suerte y arrinconas a la realidad, el arrebato de aire que ha formado un autobús al pasar la dejó aprisionada en una esquina y allí, completamente a tu merced, se revuelve enloquecida contra la pared tratando inútilmente de escapar.
Tomas la realidad entre tus manos y luego de mucho desdoblar y alisar arrugas y soplar polvo y usar saliva (es lo que tienes a mano) para limpiar manchas, ves la imagen de una calle llena de desechos y pequeños panfletos y cigarros tirados y hombres sin rumbo persiguiendo papeles al viento.
El medio:
Cree el sol que nos dibuja, pero se equivoca. Arremete suavemente contra nuestros bordes y revela indistintamente ladrillos, calvas y caderas, mas sin embargo ¿Quién no sabría esculpir un talle amado sobre el vacío, aún en la más absoluta oscuridad?
Me siento blasfemo, pienso que la única religión medianamente justificable sería el culto al sol, padre poderoso e indolente en cuyo gentil sueño vivimos y por cuya rugiente ira desapareceremos finalmente, consumidos en su terrible majestad.
Con la materia de mi cuerpo voy dando giros a través del aire y del tiempo, un arabesco ingenuo que se entrecruza con otros tantos millones, dejando rastros, piel y palabras muertas. ¿Cuál es mi forma? ¿La de estos centímetros y estos gramos, y estos dedos? ¿O quizás la cicatriz en el aire que se extiende a través de este universo? Mil tentáculos enmohecidos y helados por el tiempo y la intemperie, serpentinas en el vacío tejiendo una corona alrededor del sol.
Palimpsesto:
Detrás de cada signo hay otro signo, detrás de cada gesto un gesto viejo. Superpuesta en infinitas capas, la vida es un palimpsesto sin memoria, sin objeto. No hay mensaje oculto porque tras el mensaje se atisba un acertijo previo.
¿Qué hay detrás del aire? Cuando entornas la mirada para entrever la palabra detrás de la palabra, el dibujo más allá de la pintura… El conocimiento no permite dilucidar nada, solo consigue hacernos conscientes de más capas.
Pocos pasos más allá de mi domingo una niña corre con un abrigo muy rojo que contrasta perfectamente con el gris verdoso de la acera, la tarde la recorta en tonos cálidos y en el leve repicar de sus zapatos hay un ritmo musical, ya no es solo una niña, es también una mancha roja con una luz de recorte dorada y la síncopa de un punto y llanto. Es también el recuerdo de una foto vieja frente a una panadería cerca de mi casa, también es el eco de otra niña teñida de rojo bajo la luz cálida de las llamas en Gaza.
La firma:
Un hombre tiene muchos nombres, tantos como voces lo hayan entonado y ha sufrido tantas muertes como olvidos sus menciones. Toda firma es, pues, un epitafio. Súmese la mía en la elegía de las sombras, sin modestia y una pizca de inevitable esperanza, que “la luz es la mano izquierda de la oscuridad”.
Heya- Heya
Engler Bracho.