"El tañer de las campanas en el templo de Gion
presta su eco a lo efímero de todas las cosas.
El rubor de las flores en el árbol que se bifurca
revela la verdad de que florecer es marchitarse.
El que está orgulloso no lo está por mucho tiempo,
como un sueño en una noche de primavera.
El valiente es finalmente destruido,
y no será más que polvo en el viento."
Heike Monogatari (El Cantar de Heike)
Hubo una vez un príncipe, fuerte y noble y amado por su pueblo, pero el dolor es el veneno más ponzoñoso y no hay colmillo tan agudo como el de la ira.
Las tierras de aquel pueblo orgulloso fueron invadidas y aunque la lucha fue encarnada y brutal, pronto la victoria se decantó por los invasores, entonces el príncipe, poderoso aún y fiero, desafió él solo a todos los asaltantes; antes de partir a la batalla dijo este cantar:
No podré olvidar
Un solo pétalo
De este valle
Aunque mi memoria
Caiga en el fuego
Y los berridos y lloriqueos de su gente hicieron eco en las montañas, más la resolución de aquel príncipe era irrevocable y tan dura como su mirada. Así partió pues él solo, a la batalla contra aquellas gentes sin honor, enjutas y crueles.
Pero fue que la líder de los invasores era una bruja de inmenso poder, despiadada y astuta, que lanzo una terrible maldición contra el príncipe; lo condenó a través del metal y del fuego a vagar entre las sombras del olvido, a perder lo que amaba con más candor, las praderas de su tierra y el barro fresco en el verano, la niebla húmeda en las mañanas frías de invierno y el musgo pintarrajeando las cortezas de los árboles. En el momento de lanzar su hechizo dijo estás palabras:
Somos el futuro
Tú eres pasado
Con estas manos
Tomo los segundos
De tu vieja vida
El encantamiento funcionó y consumido por la rabia el principie huyó en medio de la locura, convirtiéndose en un terrible demonio de veneno y oscuridad. Su pueblo cayó en la ruina, y fueron doblegados casi hasta el exterminio. Con el tiempo habían perdido incluso su lengua, su amor y su nobleza; solo eran una masa adolorida de rabia superviviente, victimas ignorantes del mismo terrible destino de su señor
El príncipe demonio huyó a través de los valles y las montañas, en una carrera desesperada de muerte y destrucción, acabando a su paso con todo lo que una vez creyó digno de amor.
Finalmente, después de arrasar a través del bosque un camino largo como un gusano negro y moribundo, llegó a los lindes de una aldea oculta, habitada por otro clan perteneciente a la misma raza maldita que había destruido su país.
Está aldea era la última morada de los jinetes del alce rojo y fue su príncipe, noble y desesperado como lo fuera el divino devastador que llegó de allende las montañas, quien pudo dar paz final al príncipe demonio.
El tañer adolorido de los árboles del bosque caídos ante la corrupción anunciaba el fin de la tragedia de Nago, pues solo la poderosa fuerza de su rabia podía darle muerte. Antes de irrumpir en los pacíficos campos de la aldea Emishi, su mente de demonio, hecha un mar revuelto de tentáculos de ira, quiso hacer un poema:
…
De su garganta no salió más que el gutural sonido de su hambre destructora y los versos de su cantar eran la pisada fuerte y el estallido de la roca bajo sus poderosos miembros.
Por defender sus gentes, como lo hiciera Nago ante la hechicera, el príncipe de los Emishi, con gran dolor en su corazón, tensó el arco y apuntó directo a uno de los ojos del demonio; en su menté recitó:
Tenso esta flecha
Mi vida es arco
Pido recibir
Antes que mi pueblo
Su mortal herida
Pero el brazo de un hombre, por fuerte y justo que sea, no es capaz de matar a un dios de la destrucción; entonces la ira de Nago creció y se hizo larga y sinuosa como una serpiente putrefacta, enroscándose en el brazo que debía tensar la fecha, inundándolo de su lenta corrupción de dolor y furia.
Fue así que el brazo endemoniado del príncipe de los emishi tuvo la fuerza suficiente para hendir la frente del demonio que una vez fue el hermoso y noble Nago, señor de los jabalíes del oeste.
Antes de morir, con la corrupción escapando de su cuerpo junto a su sangre, el poderoso Nago compuso un último poema/maldición:
Sucias y débiles
Criaturas, ya pronto
Sabrán mi odio
Y conocerán el
Dolor que conocí
Así fueron las últimas palabras que dijo el divino devastador antes de quedar reducido a una pila de huesos malolientes.
En la aldea lloraron el destino de su príncipe, condenado a la lenta muerte del odio, y así fue que cortó su pelo y partió solo sobre su alce rojo para juzgar la terrible verdad de su destino con ojos desprejuiciados. Aquí comienza la leyenda de Ashitaka, pero esa es otra historia.