¡Murió la bruja! Hagamos un gran festín
¡Murió la bruja!, Abran todas las ventanas.
¡Murió la bruja! Canten todas las canciones.
Pero era la bruja quien hacia los dulces.
Y fue la bruja quien trajo el secreto del vidrio
Y todas las canciones hablan de la bruja.
Ahora, que ya no hay razones para el fuego,
Vayamos a llorarla junto la hoguera
Donde le hicimos arder.
El tiempo es mi ficción favorita, la única falsedad irrefutable, una invención tan meticulosa y descarada que se manifiesta en la realidad. No hay escapatoria del tiempo como no hay escapatoria de dios, omnisciente, ubicua, su falsedad se cuela en cada distancia de la existencia. Reniego de ambos con la misma ferocidad, harto de sus instituciones: del calendario y la iglesia, del reloj y de la hostia. Me veo envejecer con la misma irreverencia con la que doy gracias al cielo, convencido de que nada hay de voluntad divina en este mundo.
La brujería parece ser una carrera de largo aliento, aunque hay excepciones, la mayoría de sus practicantes cuentan con casi tantos años como arrugas y el máximo sortilegio suele ser la doble farsa de burlar la muerte, consumiendo estrellas y corazones inocentes para esquivar los siglos y así negar finalmente el tiempo. La mentira es el feudo de las brujas, un hechizo no es más que la promesa de un engaño
No es extraño entonces que me haya atraído siempre el oficio, sus austeros excesos, su rebuscada elegancia. Me pareció siempre, aún de pequeño, que eran los hechiceros y hechiceras los verdaderos protagonistas de los cuentos: desde Gandalf hasta Isis, desde Hécate hasta Melquiades. Sin su intervención no habría historia, sin sus desafíos, no habría héroes.
Es Tetis la que, al sumergir a Aquiles en la Estigia, avala su grandeza y la que, al olvidar sumergir el talón, presagia su tragedia. La profecía de las brujas inaugura Mcbeth y se cumple a rajatabla, para gloria y desgracia del señor. En mi caribe tenemos brujos, bendiciones, ángeles y profetas hasta los ateos.
En la bruja se confunden el arte y la ciencia, su interés es únicamente el artificio, el velo de la realidad la distracción en la que se ampara el truco de magia. Por eso nos hemos empeñado en perseguirlas, en incinerarlas, en condenarlas, para proteger el embauco.
La magia más poderosa se haya en el nombre de las cosas, todo tiene un nombre secreto, quien conozca ese nombre tendrá poder sobre aquello. El sortilegio se haya en la precisión, la palabra determinada, absoluta e indiscutible que define a seres y objetos. Una retahíla de esas palabras encantadas blande un poder inmensurable, llama la atención cuanto se parecen las pretensiones de la magia y de la poesía. ¿Qué hace un escritor más que escribir y reescribir el hechizo único de su vida?
Aprendiz de brujo es todo el que duerme, pero en la inconciencia del ensueño se pierde el gesto encantador, el insomnio es la condena de quien aspira a la magia.
Si la hoguera es una imagen por siempre ligada a la de las brujas, lo es también la luz y el calor de ese fuego. Heredero de brujas y de brujos, solo me quedan los milagros del pan y de las letras. Reivindico al primer curandero que masticó hierbas para aliviar la herida del cazador, a la primera sacerdotisa que vaticinó la crecida del Nilo.
Todos los alquimistas que se dejaron los pulmones averiguando los secretos de la tierra, todas las ancianas sabedoras del lenguaje de las plantas, condenadas al exilio útil de quien les teme y les necesita. Los sabios herejes que dilucidaron el universo, las mujeres anónimas que enmudecieron su sabiduría por la amenaza del cadalso. Desde la negra inmensa que se duerme rodeada de nietos y tambores, hasta la figura escueta de la señora que alimenta a los gatos furtivamente, gracias.
Agradezco el conjuro milagroso de Cortázar, el animismo melancólico de Dersu Uzala y los estertores de las sibilas en éxtasis. En mis venas late la cruenta pasión de Medea, su amor puro y demente.
Alabados sean, ancestros de mi rebeldía.