Si en algo son buenos los estadounidenses es en creer que son buenos en algo, o en todo, mejor dicho; y eso es algo que no se puede negar, lo de creídos por una parte, pero también lo de que son buenos en muchas cosas. Aún así, si alguien me pregunta (y aunque nadie lo haga pienso decirlo) creo que los estadounidenses son los mejores del mundo para venderse, para sentirse grandes, para imaginar a los demás pequeños o para no imaginárselos, si es posible.
Digo los estadounidenses, aunque es una palabra muy fastidiosa de escribir, porque soy caribeño, latinoamericano, suramericano, hispanoamericano, pero parece que no califico como americano, al menos según ellos. Puedo decir gringos, y si alguno de ellos lo leyera quizás le parecería despectivo, lo consideran un slur, una palabra específicamente derogatoria, pero me voy a permitir la libertad por un par de razones.
La primera: no me interesa medirme según sus estándares morales (aunque en algunos coincidamos).
La segunda: gringo es una palabra altamente descriptiva, tiene una carga histórica, historia en la que por cierto no son víctimas (condición que si cumplen otras palabras consideradas slur), podría usar carapálida pero me estaría dejando fuera a los Obamas, los J-Z’s , las Kardashians, etc; todos ellos también grandes comerciantes. Además no soy un indígena norteamericano y no me siento con derecho a ella. Gringo es una palabra que me pertenece, que puedo blandir con confianza.
Los gringos pues, han sido siempre unos grandes vendedores, vendedores de productos, de entretenimiento y principalmente de ideas. De hecho, e idealmente, te venden las tres cosas al mismo tiempo, de manera que se te mezclen y te confundan, que no seas capaz de separar un concepto del otro y que si lo consigues sea demasiado tarde ya para reclamar algo.
Hay unpar de tiras de Mafalda en las que tiene un sueño, en el sueño camina por el globo terráqueo y un señor le vende la estatua de la libertad:
Se me ocurre otra situación, no tan precisa y contundente como la que plantea Quino, pero imaginemos por un momento que tengo la sonrisa perfecta y muy blanca, que saco una chistera de la nada y que empiezo a hablar:
Este es mi producto, digamos que mi producto es una llave. Esta llave abre una puerta, digamos que tras la puerta está una idea. Para venderte la llave tengo primero que construir la puerta y la cerradura, sin ellas la llave no tiene sentido. El siguiente paso es convencerte de que tras la puerta hay algo deseable, algo maravilloso a lo que solo puedes acceder a través de la llave que abre la puerta que he construido para que no puedas ver la maravilla.
¿Así qué prefieres seguir de este lado? ¿Que no sabes que hay tras la puerta? ¿Que para qué quieres cruzar una puerta sin saber a dónde ir mientras puedes encontrar lo que buscas en tu lado de la puerta?
Tienes razón, eso es un doble problema, porque no me gusta que tengas razón y porque me gusta menos aun que me la quites. Pero no te preocupes que tengo la solución, si tengo oportunidad haré tu vida miserable de ese lado de la puerta, así me comprarás las llaves para escapar de la miseria.
¡Pero las llaves cuestan caras!
Que puedo decir, hay mucha demanda, es la ley del mercado. No te preocupes, para esto también tengo la solución: puedes trabajar para mí, yo te pagaré lo suficiente para que puedas comprar las llaves, este es tu trabajo: debes construir puertas y muros para mí.
El campeonato de béisbol de los Estados Unidos de Norteamérica se juega entre el campeón de la llamada liga Americana y la llamada liga Nacional, para el que no sepa de béisbol es como la supercopa del futbol español, aunque en el caso del béisbol los equipos de una liga no participan en la otra y, salvo un pequeño porcentaje de los 162 juegos que hay en una temporada, solo se encuentran al final. Estos son detalles sin relevancia, lo importante es que la serie de 7 partidos que define al campeón, se llama “Serie Mundial” y el campeón gana el título de campeón mundial.
No hay otra manera de llamarles, son los campeones del mundo aunque haya sido una competencia entre ellos (y un equipo con sede en Canadá), de la misma manera que los gringos insisten en que no hay otra manera de llamarles sino americanos, asignándose la titularidad de todo el continente.
Hubo un hombre, el embaucador por excelencia (el mejor del mundo, no dudaría en llamarse a sí mismo), llamado Phineas Taylor Barnum, nacido un cinco de julio, en los talones de la celebración de la independencia de E.E.U.U.; que me parece la mayor personificación de ese adagio moderno gringo que te consigue trabajo, pareja, admiradores, éxito: “Fake it ‘till you make it” es decir, “fíngelo hasta que lo consigas”, o su derivación lógica (que nadie admite): si no lo consigues, sigue fingiendo.
Lo cierto es que P.T. Barnum hizo muchos negocios, dirigió muchos espectáculos y hasta alcalde fue, pero su papel en la historia está ligado a lo que bautizó como “the greatest show on earth”, “El mayor espectáculo del mundo”, Un show ambulante lleno de espectáculos circenses y curiosidades carnavalescas con nombres hiperbólicos.
Lo interesante, lo genial, me atrevería a decir, de P.T. Barnum, no es que haya hecho fortuna basado en el timo y el engaño, lo genial es que proponía siempre el mayor timo, el engaño más descarado, fingiendo siempre hasta conseguirlo, y manteniendo el fraude con tanto ahínco que al final de su vida, cuando ya no se admiraba su ingenio al menos se admiraba su perseverancia.
Pocas imágenes evocan más la estampa del Estados Unidos prospero, moral y bonachón que la feria veraniega. Atiborrada de luces, con su noria y sus columpios, sus niños mofletudos comiendo helado, sus quioscos de tiro al blanco, sus peluches y sus parejitas adolescentes tomadas de la mano.
Tanto es así que en ese pueril afán que dominaba a la Caracas risueña y prospera de los años 50 (olvidemos la represión y la ya palpable miseria ahogada en petróleo), que salía en reportajes de la revista LIFE y que era elogiada como un puntal de modernidad en el patio salvaje del subcontinente existía el parque “Coney Island”, emulando al homónimo neoyorquino.
Aunque fui muchas veces a parques de atracciones cuando era niño y guardo de ellos fotos y recuerdos que me enternecen, hay muchas de sus atracciones típicas que jamás he probado, una de ellas es el laberinto de espejos.
En el laberinto de los espejos el espacio se multiplica como en una pesadilla borgiana, en cada dirección el mismo pasillo sin fin se repite a si mismo insaciablemente, solo notas la frontera cuando te saluda otro ser desde el cristal, con tu misma expresión de desconcierto y aburrimiento, de chiste que perdió la gracia de tanto repetirse. Después de pensarlo un poco quizás si conozco esta atracción, solo que por otro nombre, democracia.
En la democracia como hoy la vivimos cada discurso se convierte en una frase cacofónica que hace eco en sí misma y se vacía de sentido en cada multiplicación, la palabra repetida existe para disfrazar las paredes que nos encierran y multiplican los horizontes, pero en realidad presentan un solo camino. En el laberinto de los espejos la imagen infinitamente redundante engaña al individuo con su masificación, reduce al colectivo a la alienación infinitamente repetida. Y que no se te ocurra romper los espejos, que llaman a seguridad y te rompen hasta la memoria.
No me extraña que Donald Trump haya ganado la presidencia gringa, no es más que la consecución lógica de un país que ama el espectáculo, que adora y desde ya añora a Obama, como si su administración no hubiera sido una obra maestra de la mercadotecnia.
Una población que se pone en evidencia, quizás soy cínico, pero no veo en el voto a Trump un voto antiestablishment, me parece a mí que el multimillonario que lo que mejor sabe vender es la idea de que es una gran vendedor, es un excelente ejemplo del establishment. No me parece que sea un voto castigo contra las elites de izquierda estadounidenses, esas tres palabras juntas me resultan discordantes. Tampoco me parece que el único combustible sea el racismo y la misoginia, de los cuales, todo hay que decirlo, hay bastante.
Yo creo simplemente que la población de los estados unidos es tremendamente individualista, inclusive la población trabajadora, empobrecida. Creo que todos hacen cola en el puesto de feria de la escalada social, esperando pacientemente su turno de montarse en la atracción, metiéndole una zancadilla al de adelante si se puede para adelantar algún puesto. ¿Que no son todos? Ciertamente, no digo lo contrario, hay muchos, vivos y muertos, que admiro y que de alguna manera hasta quiero; pero son la mayoría*, y acaban de elegir como presidente al tipo enrojecido, orondo y sonriente que vende las entradas para el laberinto de los espejos.
* Cuando este escrito fue elaborado no se sabía aun que "el voto popular" había sido ganado por Hillary Clinton con más de dos millones de votos como margen, aún así mantengo el calificativo de mayoría, buena parte de los que votaron por Clinton lo hicieron para mantener el carnaval que cada 4 años se placen en llamar democracia.