La materia prima del tiempo es la memoria, para entender el transcurrir hay que saber que hubo un ayer, el mañana siempre es un invento, cada instante del presente es una hebra del pasado.
Aun al olvidar recordamos, el olvido no es la ausencia del recuerdo sino el recuerdo de la ausencia, saber que hubo algo allí donde ahora no queda nada. El instinto sabe recordar, recordamos las calles que evitar, el camino a la panadería que ya no está, el olor de la guayaba, el lugar exacto del lunar más bello del mundo en un cuello lejano.
Los animales callejeros han olvidado, hace mil generaciones, el bosque y la sabana, hace algunas menos han olvidado la fogata y el cariño. Ahora solo recuerdan el sonido de los carros, el olor del hombre miserable que les pateó alguna vez, el camino secreto del estacionamiento que les sirve de guarida.
Por eso encuentro completamente fascinante el aluvión de gatos que reconoce el crujir exacto del caminar de mi abuela. Cada tarde de Caricuao, a lo largo de muchos años, los gatos construyeron su memoria primero a base de hambre, aprendiendo solo el olor de la comida, exudando más allá de la bolsa del supermercado y los potes de arroz chino. Más tarde aprendieron el horario, recordaron como ayer y antes de ayer a la misma hora, la misma mujer tras la reja les miraba tiernamente, mientras ellos se turnaban en comer los recortes de pollo. Nunca tuvieron una sola mirada, un solo resquicio de tiempo para la calle tras la reja, para los metrobuses y los motorizados, para las ambulancias desesperadas camino al Seguro Social.
Pero los gatos recuerdan más aún, los gatos recuerdan a la mujer y asoman la cabeza somnolienta desde los jardines, tras cualquier reja, cuando le escuchan pasar, alguno la compaña quedamente hasta al ascensor, sin hambre, solo por compartir el calor.
Ahora los gatos conocen, casi como un rasgo genético, trasladado por generaciones de felinos hambrientos, heridos, muertos y rescatados, cada falange de las manos de mi abuela, el tono de verde o de violeta que dibujan las venas en sus manos. Y en la memoria de los gatos, reservada para lo terrible y para lo urgente, ausente de Caricuao y su zoológico y sus camionetas y sus borrachos, existe un poco de recuerdo que posee figura, olor, sonido y rostro.