Que breve y diáfano placer es sentir el viento a contramano, desperezando los vellos del brazo como si fueran hierbajos adormecidos. Como el mar y el acantilado saben al crujir de sus encuentros que el destino de la roca es ganar todas las batallas y perder la guerra, y el del mar perder todas las batallas y aun así ser victorioso; en el mínimo instante en que nos enfrentamos, el viento y yo sabemos cada uno su papel y su alcance.
El aire me rodea, me corteja y me evita con miedo y galantería; yo lo surco y desgajo, lo tuerzo en volutas invisibles con un coqueteo vano que siempre se me ha dado mal. Cada invisible jirón del viento es un gesto único pero repetible, como las mismas palabras entonadas por innumerables lenguas diferentes.
Enfundado de la cabeza a los pies en pantalón, camisa, chaqueta, zapatos, lentes, gorro, casa, metro y trabajo; esa caricia del viento es verdaderamente rara, lo suficientemente infrecuente como para que a mí se me olvide, cada tanto, que el viento se levanta. Se ha levantado y se levantará siempre, aun cuando solo queden astillas de hueso para pulir sobre el desierto.
Es fácil olvidar que el viento se levanta, pero no por eso deja de avergonzarme. Camino con la cabeza gacha, repasando todas las palabras que conozco a cada instante y todas me resultan ridículas, insuficientes y lejanas. A veces parece que no valiera la pena decir nada, que lo único aceptable son la rabia, el llanto o el aullido.
Millones de anónimos se deshacen a diario mientras ensayo la sonrisa con la que saludo al primer cliente. Me balanceo sobre mi cotidianidad con la fortaleza y precisión de una gimnasta sobre la barra de equilibrio, siento la tirantez de mis mejillas, percibo la leve viñeta que hacen los párpados a mi visión cuando lo despido, sonreído casi hasta la sinceridad.
En Venezuela la cotidianidad me esquiva, sé que por mucho que me empeñe no soy capaz de entender las privaciones. Brecht dijo “me parezco al que llevaba consigo un ladrillo para mostrar al mundo como era su casa”; y cuando yo miro mi ladrillo ya no veo mi casa, demolida por quienes quieren construir en su lugar un mall y la negligencia de los que quieren caminar sus galerías.