Creo que escribo esto sin esperanza de que nadie lo lea. Hemos andado, cabalgado y navegado durante tantas noches consecutivas, que ya la noche es una sola. Creo que el día es un sueño, un sueño que dora las hojas de árboles que quedaron atrás, convertidos en cristal por la luna incandescente, un sueño que me dora los párpados a veces, cálido y generoso, pero un sueño en el que no confío.
Los sueños son traicioneros, todo esto comenzó con un sueño profético, o una alucinación alcohólica; maldito el día, sueño lejano de frutos maduros, ojos grandes y piel desnuda, en que soñé la gracia, la beatitud, la maravilla. Afinqué todos mis conocimientos, mis oraciones y mi ciencia en adivinar donde me esperaría este gran acontecimiento.
Canté el sagrado canto de los astros, y en la salmodia de sus ciclos invariables descubrí el lugar: una caleta pequeña en medio de un mar adusto, conocí también el faro, antorcha desgarrando el cielo y mi vida en un único camino. Empecé a andar pues, inocente aún.
Tengo compañeros, embriagados durante la misma fatídica noche por el mismo fatal sueño. No descubro en sus ojos la misma duda que me hiende, turnamos nuestro puesto en la procesión, uno cabalga al frente y los otros duermen con los camellos atados entre sí.
Andamos cada uno con su soledad, no hablamos nunca, conocí alguna vez sus nombres pero ya no los recuerdo, aquí todos nos llamamos arena. La arena es lo único que existe porque es lo único que tiene nombre, al tratar de decir otra palabra se llena de arena la boca. Me siento vomitar arena en lugar de respirar, vivo solo por la voluntad del desierto que ya me ha conquistado y hecho suyo, soy inmortal mientras vague entre estas dunas y moriré al salir, si salgo, caído por un ataque repentino de humanidad.
Sigo persiguiendo la luz vaga del lucero, hastiado, convencido de que sigo borracho entre libros, a los pies de una mujer que quizás me ame. A la luz rasante de la luna sobre el desierto toso otro buche de arena y parece que escupo diamantes y cuentas de vidrio.
Creo que escribo esto pero no sé si tengo papel, pluma, tinta. Creo que escribo pero no recuerdo si sé escribir. Sabio me llamarón alguna vez, y mi réplica es esta arena que siento apelmazándome las pestañas y puliéndome las yemas de los dedos.
De tanto andar el desierto soy ahora el desierto, de tanto sueño andado, seré sueño algún día. No aspiro ya al final, a la redención o al saber, solo añoro el olvido, única paz posible para un muerto errante como yo. No habitar ni un libro, renegar de todos los astros y toda la fe, quizás si me olvido de esta vida admirable y virtuosa pueda volver a despertar entre los brazos aquellos, a los pies de aquella. No puedo recordar si me amaba, no puedo recordar qué es el amor.