Aunque el título parezca sacado de un capítulo del famoso libro de Edgar Rice Burroughs o de una de las películas de Jhonny Weissmuller, tan solo pretende relatar las hazañas de un noble perrito mestizo que llegó a mi casa allá por 1960 cuando yo todavía no contaba para el record particular de mis padres y que cuando llegué ya tenía casi un lustro instalado y dando lo mejor de él, para quienes tuvimos la suerte de ser su familia por unos 17 años.
Tarzán era un perro mestizo, color negro azabache, tan negro como un rodapié, de mediano tamaño, muy fuerte físicamente, muy valiente y con una personalidad envidiable que iba desde el más afable de los temperamentos hasta el poder de quien domina a los demás, si hubiese sido cantante, sin duda hubiese tenido un registro vocal como el de Beny Moré: amplio e inimitable. Además era dueño de un espíritu de libertad, quería salir y entrar a la casa solo y por sus propios medios, al punto que con su pata era capaz de rasgar la puerta a manera de ¡toc, toc, toc! para pedir que le abriéramos. Si hubiese tenido llave de la puerta es muy posible que hubiese aprendido a usarla, pues era dueño de una inteligencia canina superior.
Según los registros avalados por la adjudicación de la transmisión de datos más efectiva que existe desde que el tiempo es tiempo, vale decir el traspaso verbal, Tarzán le pertenecía a mi hermano Lenin a quien mi mamá le adoso el nombre del “creador para librarlo de los males foscos y lúgubres del comunismo” por eso se llama Lenin Jesús, dicho sea de paso un nombre hermoso por lo que representa democrática y filosóficamente hablando.
Volvemos al tema, desde que tengo uso y mal uso de la razón, como decía, siempre se le otorgó a mi hermano Lenin el derecho de pertenencia del perrito, no obstante, creo con justicia que todos, desde mamá y papá hasta mí, por ser el último eslabón de la cadena, estuvimos pendientes de su bienestar y sobre todo agradecidos por compartir todos esos años de felicidad con nosotros.
Lenin me cuenta que Tarzán llegó a la casa cuando él tenía 8 años y vivíamos en El Paraíso en Caracas, donde creo fue la segunda zona de la ciudad donde vivió la familia luego que llegarán desde Maracaibo, como cientos de miles de venezolanos, huyendo de la miseria y en busca de mejores oportunidades en la capital. Me dice que el cachorrito se lo regaló un niño de la calle y que el perrito aun ni siquiera abría los ojos. Para él, Tarzán ha sido el perro más fiel y valiente que jamás haya conocido, en lo particular yo doy fe de su enorme valentía, la cual quedará demostrada en las anécdotas que narraré a continuación.
Estas historias las refiero oídas de otros miembros de mi familia y otras vividas directamente por mí. Trataré de llevar un orden cronológico, siempre que mi memoria no me juegue en contra.
Luego de vivir en El Paraíso, mi familia se muda a una populosa zona de la ciudad de Caracas llamada Catia, que lleva ese nombre en honor a un cacique de la tribu de Los Mariches que dominaban toda la serranía costera hasta el litoral central, fue un gran maestro que contó entre sus más destacados discípulos a los caciques Tiuna y Aramaipuro, fue amigo y compañero de lucha de Guaicaipuro, Chacao, Baruta, Guaicamacuto y Naiguatá, dominador de la hechicería y la magia, fue Piache y guerrero de alto rango. Murió en batalla en Los Teques, haciendo frente a las hordas del invasor Diego de Lozada.
Es en Catia donde llega la primera hazaña de Tarzán, me cuenta Lenin que un día hubo disturbios estudiantiles en el Liceo Luis Ezpelosin de Gato Negro, donde vivíamos y pasaron frente a la casa unos estudiantes corriendo, huyendo de la persecución policial, un agente represor del gobierno de Betancourt quien iba detrás de los jóvenes se detiene a dispararles y Tarzán se escapa de la casa y ataca al esbirro mordiéndolo en la pierna a riesgo de su propia vida y evitando que le disparen a los estudiantes, los vecinos salen en defensa del perro y le salvan la vida.
Las dos siguientes historias me las contó mi madre, dice que una vez mis hermanos Lenin y Erick estaban peleando, cosas de muchachos se podría decir, y que al ruego de ella que dejaran la pelea ambos hacían caso omiso, fue entonces que recurrió al castigo como se acostumbraba en aquel entonces, cuando un buen chancletazo o correazo era la resolución de cualquier conflicto, mamá busca la correa y sale tras mis dos hermanos que pasaron de enemigos temporales a solidarios e inseparable socios en un santiamén, claro está para evitar los estragos de un buen fuetazo, Tarzán sale detrás de mamá ladrando, en medio de la confusión mamá los acorrala en la sala y cuando se dispone a ejercer su poderío cual soldado romano, ¡zúas! Tarzán de un salto le arrancó la correa de las manos y sale corriendo a esconderla, salvando así a mis hermanos del merecido pero excesivo castigo al que iban a ser sometidos. ¡Bravo! Tarzán, defensor de la niñez, por eso decía que fue dueño de una inteligencia canina como ninguna que he conocido.
El otro cuento se refiere a mi hermano Melvin cuando era un bebé de meses, aun no caminaba, mamá cuenta que él estaba dormido en la cama y ella como todas las madres tenía mucho trabajo en casa, además Melvin es el hijo número 9, vale decir, seguro que habían muchas cosas que hacer, lo cierto es que Tarzán siempre estuvo muy cerca de mamá; recuerdo que se echaba bajo sus pies y ella en la mecedora le rascaba la espalda con sus pies y el perro casi moría de éxtasis. Mamá deja a Melvin en la cama durmiendo y Tarzán está al pie de ella, va corriendo a la cocina a adelantar algún quehacer mientras el bebé duerme, pero mi hermano siempre ha sido algo hiperactivo y comienza a moverse a la orilla de la cama, se rueda y se rueda y al voltearse se cae, con la suerte que le cae a Tarzán en la espalda, me gustaría poder mostrarles una foto de mi hermano de bebé, parecía alimentado con hamburguesas, perros calientes, pizzas y merengadas de chocolate, la cosa es que al voltearse y despeñarse, cae sobre la espalda del animal, mi mamá refiere que estaba en la cocina y comienza a escuchar un ladrido grave y acompasado del perro, como si le estuviera llamando y es que efecto la llamaba, ella corre y ve como Tarzán inamovible, frisado esperaba a que ella llegara para levantar al bebé que él había logrado evitar que se golpeara con el piso. No hay duda era de una inteligencia superior.
Siempre existen historias diversas, unas alegres y otras tristes, la próxima historia es parte de mis recuerdos más originarios, sacando la cuenta es posible que hubiese tenido menos de 3 años, corría el año 1966 y ya vivíamos en la urbanización Simón Rodríguez al norte de la ciudad, muy cerca del teleférico de Caracas, fundada en honor al maestro del Libertador, es el único lugar que mi mente recuerda, a pesar que mi madre me refiere que yo nací cuando vivíamos en Gato Negro – Catia. Mi tío José Antonio, quien fue un padre para mi mamá, había muerto y no sé si por costumbre o pobreza fue velado en la sala de mi casa. Mi memoria me trae una perfecta imagen de su cuerpo en la urna con la cabeza hacia la ventana, su impecable y muy abundante pelo blanco, su rostro bonachón esbozaba una sonrisa de tranquilidad y satisfacción, supongo producto de lo buena persona que fue según me refieren los más viejos. Mi mamá tiene recuerdos que siendo una bebé la sentaba en sus piernas a la hora de cenar, luego que llegaba del trabajo y dejaba que ella comiera y literalmente jugara y baboseara su comida para luego él terminar de comerla, eso solo lo hace un padre. Aun lo recuerdo acostado allí en medio de la sala, no era tan viejo, parecía dormido apaciblemente, si no hubiese sido por los algodones en las orejas y las fosas nasales y el llanto de mi madre y de mis abuelas, hubiese pensado que descansaba y pronto se levantaría a pedir café.
En medio de gente entrando y saliendo de la casa, Tarzán estaba aprensivo y trató de huir del apartamento, con el terrible desenlace que mi prima Mireya quien era una adolescente, entre nerviosa y apendejada tiró la puerta al momento que el perro salía y le machucó el rabo partiéndoselo por la mitad, Tarzán chilló y yo quise asesinarla pero obviamente mis menos de 3 años no me ayudaron. Quizás pasaron un par de días mientras enterraron a mi tío, luego una noche mis hermanos mayores y mi cuñado Efrén intentaron terminar con el dolor del perro, obviamente hace más de 50 años no tengo la seguridad que hubiesen veterinarios y clínicas veterinarias en Venezuela, amén de la situación económica de mi familia, lo cierto es que al mejor estilo medieval, calentaron un afilado cuchillo al rojo vivo, sujetaron a Tarzán; yo sentía que mi corazón iba a explotar, el perro veía la cara aterrada de mi madre, casi implorándole le ayudara y en un movimiento muy rápido y certero mi cuñado cercenó el maltratado rabo del perrito y cauterizó la herida con el mismo ardor del cuchillo, fue un sonido seco que apenas duró unos segundos, Tarzán casi habló, su chillido se escuchó como llamando a mi mamá. Fue trágico, terriblemente doloroso, salvaje podríamos decir, pero efectivo, le salvo la vida, evitó una infección y una necropsia, al poco tiempo andaba saltando y corriendo, con su rabito mutilado a la mitad, pero era el mismo Tarzán de siempre, ante mis ojos de niño lo veía como lo que fue, el perro más valiente del barrio.
La última hazaña que recuerdo ocurrió el 29 de Julio de 1967 a las 8:05 PM, yo estaba cenando, recuerdo que una arepa frita con mantequilla y queso, de esas que le abren un redondito en el centro, no se con cuál fin, pero quedan mejores. Tarzán tenía rato inquieto, ladraba y pedía que le abrieran la puerta de salida, nadie se dignó de atender su solicitud, puesto que ya era muy tarde, el perro seguía ladrando, de pronto todo comenzó a moverse, se cayeron los cuadros, se partieron algunos jarrones, era un temblor, que cada vez fue más fuerte ya con visos de terremoto, papá sale de su cuarto y se para frente a la puerta y pide calma y que nadie salga, pero abre la puerta, por dos razones fundamentales, la primera para que no se quede atascada en caso que el marco ceda y la otra que el perro pueda salir, pero Tarzán se queda parado al lado de papá, ya sin ladrar, no muestra ningún temor, está con su familia, cuando pasa el temblor, papa dice ahora si todos por la escalera a bajar, vivíamos en un piso 11, mi hermana mayor me toma en brazos y comienza a correr, antes de salir logro ver como Tarzán no se despega de papá, luego me cuentan que no quiso salir hasta que no vio el último miembro de la familia abandonar la casa, fue allí cuando bajó y se mantuvo todo el tiempo junto a nosotros, también me cuentan que fue el primero en regresar al apartamento acompañando a mi papá y a mi hermano Ramón.
Pasaron los años, unos muy felices, otros no tanto, pero Tarzán siempre fue parte de mi vida, no recuerdo mi niñez sin su presencia, para mí el siempre estuvo y siempre estará. Incluso porque, como todo héroe, siempre tuvo su enemigo y detractor, que se llamaba Dandy y era un perro marrón color crema de zapato, de pelo largo parecido a un Husky, pero mestizo, su dueño era el gocho Chucho. Dandy era más joven, pero Tarzán era más fuerte y siempre triunfaba, en todas las peleas Dandy siempre huía y Tarzán solo afianzaba su liderazgo en el ranking de la Ultimate Fighting de la época.
Pasados unos años, cuando yo contaba con unos 13 o 14, vino el desenlace fatal, ya Tarzán mermado por el tiempo con el lomo plateado y cejas y sienes con destellos blancos, enfermó de un tumor en la pata derecha, en la parte superior, ya poco había que hacer para ayudarle, se llamó a la sociedad protectora de animales, quienes acudieron a la casa a verlo, lo examinaron y determinaron que era mejor la eutanasia, aun recuerdo cuando se lo llevaron, iba apacible y como agradecido que pronto terminaría su sufrimiento, yo quise ir con él, lo juro por mis hijos, era nuestro perro, recuerdo el llanto de mi madre y de mi hermana Thais, lo montaron en una camioneta y más nunca lo vimos, ahora pienso que me hubiese gustado estar allí y acompañarle en su último aliento, solo me queda el consuelo que era muy niño y no tenía medios de cómo hacerlo. pero me quedo con todo lo bueno y lo alegre, todo lo que me enseñó en tanto con su ejemplo me hizo entender de solidaridad, de amor por la familia, de estar dispuesto a dar la vida por respaldar a los de uno. Las palabras no dicen mucho, son mucho más las acciones, las actitudes, por ejemplo yo no puedo expresar aquí mi admiración por Tarzán, que puedo decir con justicia, ayudó a mi padre y a mi madre en mi crianza de esos años difíciles, en un ambiente difícil pero que conté con la suerte de tener la mejor familia y el mejor perro, Tarzán, mi hermano.
Boris Bracho