Maya nació el 26 de noviembre de 2009, en Los Altos de Sucre, un pueblito ubicado en el estado Sucre de mi amada Venezuela (nororiente del país), un mes antes de que nuestra familia se mudara a una casa recién comprada. Hace once años de eso. Xhaska tenía 4 años y Nehuel apenas 1. La vimos por primera vez en medio de su camada una mañana de febrero de 2010, cuando iba a cumplir los tres meses. El vecino estaba vendiendo los perritos, todos lindos, hijos de una loba y un Husky siberiano. Dejamos que los niños escogieran su mascota. Xhaska se adelantó y, en complicidad con su mamá, la escogieron, ojos azules, lomo marrón y el resto del pelaje champanizado. Ya la dueña de la mamá le había puesto nombre, y nos gustó. Así que se quedó “Maya”.
Nehuel tenía la costumbre de abrazar fuerte y hasta morder de emoción a las personas que quería, y a su perra. Maya le huía cuando podía, pero, cachorra al fin, volvía a buscar a su compañero de juegos, hasta el próximo apretón.
Nuestra casa tiene un amplio terreno, por lo que no fue problema para Maya acostumbrarse a él. Explorarlo, ejercitarse y hacer sus necesidades en él eran cosas cotidianas. Pronto aprendió a corretear a los pájaros y ardillas que abundan en esa zona. Una o dos veces intentó entrar a la casa, pero no lo permitimos, a pesar de los ruegos de los niños, por ser una perra que se la vivía en el terreno, atrapando garrapatas y cuanto polvo, tierra y semillas pegajosas y puntiagudas se le engarzaban en el pelaje. Por cierto, el pelaje lo perdía una vez al año, por abril o mayo, por lo que había que peinarla a fondo para ayudar a renovarlo pronto y evitar que dejara el reguero de pelos por doquier.
En la medida en que fue creciendo, nos dimos cuenta de varias peculiaridades de esta perra (en realidad, de su raza): casi no ladraba, aunque lo hacía bastante contra el señor que nos hacia el trabajo de cortar el monte con una podadora a gasolina (no le agradaba el sonido del motor), pero sí aullaba como loba en algunas ocasiones; casi no olía, aunque estuviera sucia. Eso era genial para nosotros, temerosos de que se nos pegara su olor (especialmente a los niños). Era cazadora por naturaleza, por lo que a veces lograba cazar pajaritos y vivía persiguiendo a las ardillas, quienes le reclamaban en escandalosos chillidos desde las ramas de los árboles. Esta última cualidad nos ayudó en ocasiones, y nos puso en aprietos en otras. En una ocasión, su olfato, instinto y curiosidad nos ayudó a descubrir a una culebra cazadora, no venenosa, en las inmediaciones de la zona donde jugaban los niños. La atrapamos y la echamos al bosque cercano a la casa. En otra ocasión impidió que entrara a la casa un rabipelado (marsupial común en Venezuela, que caza gallinas y otros animales domésticos). El olor a putrefacción nos alertó de otro rabipelado que murió escondido en un tobo, herido por Maya en otra ocasión. Cazaba de vez en cuando a las ratas, las que partía y dejaba en el terreno.
Pero también las cualidades de cazadora provocaron en dos ocasiones que se escapara de la casa, persiguiendo y matando gallinas de los vecinos. Una vez el abuelo materno de los niños les regaló un conejo, que tuvimos enjaulado. Para nada, pues logró escapar para morir en los dientes de Maya.
Nosotros nos ejercitábamos con ella, jugando a perseguirla. Ella gozaba esquivándonos, huyendo, para luego regresar corriendo para que intentáramos atraparla de nuevo. Muy pocas veces lográbamos atraparla, era muy rápida. Sólo cuando estaba cansada, se dejaba atrapar, para quedar un rato descansando, mientras la acariciábamos.
Casi no salía de la casa, por lo que no estaba acostumbrada a montar en carro. Una vez nos la llevamos en la camioneta a buscar agua a un manantial cercano. Fue un suplicio para ella, que intentaba bajarse a como diera lugar, y para los niños que intentaban retenerla. Pero siempre era grato verla explorar sitios nuevos, con su olfato de cazadora.
En una ocasión le apareció una infección en las orejas que no pudimos tratar a tiempo y perdió su porte de loba, con orejas paradas, ahora caídas. Pero seguía infundiendo respeto en el vecindario para quienes pedían amarrar a la perra para poder entrar.
En el 2015, a pesar de que la cuidábamos con la esperanza de cruzarla con un perro de raza, se nos coló el perro mestizo del vecino y la preñó. Tuvo tres perritos, apodados por los niños Patitas, Manchitas y Oreo. Tuvimos que regalarlos por no poder mantenerlos, cuando tenían tres meses.
A partir del 2017 se acentuó la crisis en nuestro país y se nos hacía dificultoso comprar el alimento concentrado. Hicimos lo que pudimos recogiendo comida en el comedor de la empresa donde trabajo, y en el mercado municipal de Puerto la Cruz[1]. Poco a poco, la comida del comedor fue escaseando y tuvimos que prepararle granos con arroz para completar su dieta. A mediados de 2018, tuve que ausentarme para viajar a otra ciudad del mismo estado. Días antes de irme, noté a Maya enferma, tenía la barriga abombada; presentí gases e intenté darle un remedio casero. Al día siguiente aún se movía lento, pero ya se paraba. Estaba mejor.
Salí de viaje y, ya afuera, un sábado en la mañana, me llama mi esposa adolorida: “Maya murió”. ¡¡¿¿QUÉ??!! “Nehuel la consiguió acostada, tiesa”. Imaginen el dolor de ese niño, que creció con ella, que en una ocasión me dijo que quería un gato porque no tenía mascota y que, cuando yo le dije que sí tenía mascota: Maya, él respondió que Maya no era su mascota sino su amiga. Él la consiguió echada, inmóvil.
Me esperaron para enterrarla. Hicimos un cortejo y la enterramos en el patio. Allá se nutre con nuestros restos de comida y demás desechos orgánicos. Encima le crecen varias plantas. Aún despierta dolor y lágrimas escribir esto. Su mirada de placer al darme la bienvenida al hogar, cuando abría el portón al llegar del trabajo; su provocación para que la persiguiera; cuando se echaba patas arriba en actitud sumisa para que la consintiera; cuando se dormía mientras le peinaba el pelaje; sus recuerdos me perseguirán por siempre.
Douglas Sucre
[1] Zona norte del estado Anzoátegui (Venezuela)